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miércoles, 11 de noviembre de 2009

miércoles, 23 de septiembre de 2009

jueves, 3 de septiembre de 2009

Manitas de sal, ojitos de Dios…

Manitas de sal…

Solcito dorado.

Ojitos de Dios que regalan amores pasados mientras tus pestañitas dibujan cosquillas en mi almita sola.

Hondos y oscuros como una noche con nubes pasajeras, como la tierra nutricia acariciando el centro de la creación.

Espontáneos como una carcajada suelta en un té canasta de mujeres paquetas.

Iluminados con gotitas de esperanza y chispas de ingenuidad. Expresivos y regalones, colmados de tibios destellos de amor.

Lechuzas y grillitos bailan al compás de tus párpados mojados por la emoción.

Apacibles y salados…

Constelados de cometas, bailan a la luz de la luna chapoteando en los siete mares de los sueños peregrinos.

Con sabor a nuevo y gustito a infancia, se sorprenden al ver lo mundano y la magia de una luz que se enciende con una tecla.

Ojos pillos.

Ojos que los quiero ojos.

Ojo al piojo que te mira de reojo.

Brillantes como granulado de estrellas.

Inmensos como el universo.

Ellos y tus manitas regordetas.

Intrigadas y ansiosas.

Sosteniendo tu cabecita de pintor del arco iris…

¡Pinta el mundo del color que quieras!

Pensativo, descansando de las grandes ideas para inmensas travesuras.

Cansado al caer la tarde por el ajetreo de la niñez con jardín, plástica, música e inglés.

Cuando sé de vos o te veo, una ternura infinita me empalaga el alma hasta dejarla borracha, inconciente, tendida en mi pecho con una sonrisa amplia y desparramada.

¿Qué escondes cuando me miras sin hablar y tus manitas se impacientan?

¿Por qué cantan tus ojos?

Sobre tus mejillas de seda reposan mis locas y tiernas ganas de pellizcarte.

Eres el solcito en la tormenta de postergables cuestiones cotidianas y banales.

Por eso quiero que un día de estos…

Cocinemos galletitas riquísimas y dibujemos fantasmitas azules sobre ellas.

Juguemos a la pelota, aún cuando tengamos que imaginarla.

Nos disfracemos de piratas y busquemos tesoros perdidos.

Hagamos títeres con papel de diario y muchos colores brillantes.

Inventemos una alfombra mágica y volemos por el mundo.

Saquemos conejos de una galera usando rojas narices de payasos y flores de carnaval.

Leamos cuentos e historias de dragones y abramos un cofre mágico sellado durante años por un adulto gritón y con bigotes.

Pintemos barbas con corcho quemado en los rostros dormidos de la familia.

Visitemos tu mundo mágico de tarde en tarde mientras tomamos el té con masitas secas y leemos cartas lejanas de parientes que hablan otro idioma y vivieron otros tiempos.

Estrellita dorada…

Manitas de sal…

Regálame la dicha en carcajadas florecidas en tu dulce jardín de infancia.

miércoles, 29 de julio de 2009

Monólogo de un F1503 (el avión que todos tenemos dentro).

Nunca pensé que de una madre avioneta adaptada para fumigar campos y de un padre a hélice, podía nacer yo: un avión con potentes turbinas F1503 de última generación.

Y pensar que mi padre siente orgullo de tener encendido eléctrico cuando a mi abuelo debían hacerle girar con fuerza el manivela frontal para arrancarlo.

Ahora me encuentro solo en mi hangar tratando de descansar sin poder lograrlo. La ansiedad me carcome el hierro, mis chapas temblorosas acalambran mis alas y mi tanque de combustible parece que va a estallar; es que hoy debuto en un vuelo internacional!!!!

Resulta que soy tan flamante, grande y confortable que todo el mundo quiere abordarme. Mi computadora de a bordo es excelente, rápida, exacta. Mis pilotos están distendidos y hasta bromean entre ellos acerca de tomar una siesta y dejarme a mí volando solo a puro piloto automático…

Siento tanta presión por semejante responsabilidad y tengo tanto miedo que creo que me voy a descomponer.

Mmmmm… me pregunto: ¿Qué tal si hago fuerza, percuto un remache del fuselaje al infinito para que suspendan el vuelo y “listo chau pinela”? Así, tal vez, otro día será esto de conquistar la “internacionalidad aérea” pero no hoy… Pero ¿¿¿qué digo??? “¿remache al infinito”? Evidentemente conservo la impronta familiar de aeroplano antiguo. ¡¡Qué ridiculez es tan solo pensarlo!!; si mis planos y bocetos dicen que mis soldaduras se han hecho con la mas precisa tecnología alemana que es imposible de violentar… ¡Qué ocurrencia la mía!!

Para colmo de males, desde acá no veo la torre por la copiosa, pegajosa y “molestosa” lluvia que cae sin cesar. Seguramente el clima no me va a permitir despegar; ¿lo verán así los del control?... ¡pero qué van a notar esos! Si lo único que podría persuadirlos a pararme es una niebla que impida que se vean la punta de la nariz.

Uyyy!! Acá viene el piloto y toda la tripulación a buscarme: ¡Qué “chucho marucho”! ¿Por qué confiarán tanto en mí? ¿Cuándo nos hicimos amigos incondicionales que no recuerdo? ¿A qué se debe el voto de confianza indeclinable? ¿No ven que soy muy joven para morir? Ahhhhhhh!!!!

Me están abriendo en este instante: ay, ay, ay, “despacito, per favore” –diría mi abuela Tananeta”

Aunque… ni un solo chirrido hace mi escalera; ¡qué delicioso se siente ser tan ágil y elástico, después de todo! ¿O acaso se dice escotilla? Mmmm no, esa es la de los submarinos tal como mi amigo F410… me pregunto ¿dónde andará y qué estará haciendo?

Es que allá en la base de armado cursábamos juntos y éramos el equipo de la más extensa línea de aviones, submarinos y portaviones jamás vista. Allí nos armaron pieza a pieza y nutrieron nuestros chips con cantidades industriales de información que ahora los nervios me hacen olvidar. ¡Qué destino el mío!

Aún recuerdo gratamente nuestro viaje de egresados al Sahara: ¡era para morirse de risa la cara que puso el portaviones cuando no vio ni una gota de agua! Es que, en realidad, él estaba de paso rumbo al mar y yo tuve que probar mis habilidades en el extenso cielo del desierto.

¡Qué suerte que tengo tan lindos recuerdos para escaparme de esta realidad tan apremiante!

Ya estoy en la zona de embarque y la gente viene hacia mí como los sedientos al oasis. Los pilotos me están probando todos mis rincones y a mí no me gusta el manoseo; bueno, al menos no el de los pilotos, distinto es el caso de los hombrecitos vestidos de color naranja que me están dando un dulce e irresistible aperitivo de combustible. Pareciera que quieren hacerme engordar y yo no me resisto, por supuesto porque ¡estoy orgulloso de mi bodega!

Es verdad eso que dicen de “tanque lleno, fuselaje contento” porque ya subieron casi todos y no me pesan para nada; al contrario, es entretenido ver la variedad de pasajeros: algunos de lo más divertidos, otros, están más asustados que yo y rezan sin parar. Eso sí, absolutamente todos halagan mi alfombra celeste cielo y la pana de mis butacas “deep blue” –al menos eso refiere la etiqueta que cuelga debajo de los asientos-

Es hora de desperezar por última vez las alas y rodar hacia la pista. Desde la torre acaban de comunicarle al Capitán Gutierrez –mi piloto- y a la copiloto Gómez que salimos por la ocho. Me encanta ésa porque es muy larga y puedo picar todo lo que quiera antes de saltar al cielo.

Después de todo, debo confesar, me está gustando esto y no tendría que ser desagradecido con la vida por las oportunidades que me da. Eso me dijo una vez el F1210 y agregó: “…entre los millones de destinos para aterrizar vas a conocer los lugares mas maravillosos y eso incluye Cuba y sus perfectos habanos…”

Es que el viejo viajó por el mundo durante tantísimos años y un buen día lo condenaron al cabotaje por ser chico y de poca potencia. “…Desagradecidos…” –los llamó-

Bueno, ya estoy listo. Último chequeo:

ü Mis compuertas: cerradas y trabadas;

ü Tripulantes: en sus puestos;

ü Pasajeros: sentados y con sus respectivos cinturones de seguridad abrochados;

ü Turbinas y motores: encendidas y haciendo estruendo;

ü Flaps, radar, conexiones y demás precisiones de mi manual: CHECK!

Ahora sí: llegó la orden del control central y estamos autorizados para salir y así me lo indica el piloto en mis comandos: ALLÁ VAMOS!!!!!!

Siempre se me eriza la chapa en estos momentos por las cosquillas que me provoca la corridita antes del despegue hasta que… zas!!!... pego un salto y ya estoy en el aire rumbo al Caribe.

“E s t o s i q u e e s i v i d a” –dibujaría en el visor de mi pantallita pero temo que el piloto entre en pánico. “P a r e c e q u e h u b i e r a n a c i d o p a r a v o l a r”, causaría exacto efecto.

Acá arriba no llueve mas y está amaneciendo. Todo esto me sabe a mi infancia en el campo y me transporta el recuerdo de ese olorcito a combustible quemado de aquellas mañanas bañadas en rocío…

Qué grande que estoy…

Qué grande que soy…

Siento que hay un mundo entero dentro de mí y créanme que es una aseveración casi literal ya que soy uno de los aviones con mayor capacidad.

Ahora están todos mas tranquilos… ya no rezan; comen y sacan fotos al horizonte.

Las carcajadas de las azafatas que retumban desde la cocina me hacen rosquillitas.

Todos disfrutan y confían y ¡eso se siente bonito, chico! (estoy cerca de Cuba, ¿lo notaron?).

martes, 21 de julio de 2009

Sr. Algarrobo

No puedo omitirlo. Lo recuerdo.
Bestial, gigante.
Solo, en el bullicio de flashes e ignorantes. Quieto en el grito desgarrador de sus manos idas en vicio.
Su angustia me asfixia, me corroe, me desvela.
¡Cuánto dolor albergan sus hojas de otoño!. Tantas historias de sangre y lágrimas regaron sus pezuñas de madera incrustadas en la tierra.
Se sabe grande y perpetuo y está enfermo. ¿Muere?
Allí donde se marchitan sus caprichos y sobre usted hablan folletos de poemas lejanos; allí muere.
Muere cuando sus ramas reflejan los gritos de almas viejas; sordas, pendencieras.
Y vive allí mismo, allí donde muere.

Y yo que busco ser mi brote nuevo y quiero el verdor naciendo en el horizonte, salpicándome la cara con la sabia materna.
Aún a ciegas en la niebla quieta y mezquina, ése es mi deseo. Borracha por la humedad del aire, recojo de a uno los suspiros que me empujan a la vida y me alejan de usted. Y yo acepto, complacida.

Me voy, algarrobo perenne. Adiós, lo dejo solo y no lo siento. No le pertenezco.
Ya aprendí el oficio del aviador alado y voy a tragar el viento huracanado que quiera guiarme. Remontaré una nube y beberé mil manantiales.

A esto que sabe a despedida y huele a cascada, se lo regalo. A cambio, mi libertad que me llevo sin permiso.

Recuerde que usted me llamó chiflando con la brisa y yo me voy tarareando sus notas.

Adiós Don Árbol, hasta luego; espero sólo verlo montado en mis sueños y no tocar su angustia ni lavar sus trapos viejos.
Quédese con las almitas de otros tiempos, retoños de otro momento; como cobija del bosque para las manitas de sal de los sapos de otro pozo que a su lecho llegaron, cansados y deseosos.

lunes, 20 de julio de 2009

Such a nice place

Amigos son los gomias...

Hoy es el día del amigo...
Mar de gripe A, la conmemoración del alunizaje, bares repletos y blabla.
¿Qué se supone que festejamos cuando festejamos un día como hoy?
Amigos... esa gente linda que por misteriosas razones energéticas se nos acerca durante la vida y nos acompaña un par de cuadras y las hace amenas, por momentos y tortuosas a veces.
Tengo muchos y de los buenos... dos o tres son verdaderos, dicen.
Creo que no... al menos eso opino yo que empecé a elegirlos por otros motivos diferentes a la mal sobreestimada "incondicionalidad" que fracasa todos los días al levantarse.
"Amigo es el que siempre está"... otra boludez de propaganda; ¿acaso un buen amigo no puede ir al baño? Entonces no está siempre, sólo a veces.
Está a veces y dentro de los "a veces" hay "a vecesitos" en los que no quiere tenerme cerca… ouch!
"Amigo es el que está "a vecesitos" con ganas de mí y coincidentemente en esos mismos "a vecesitos" yo estoy con ganas de él"…
Podríamos concluir entonces que la amistad es pura coincidencia y tengo la fortuna -por no decir el culo- de tener amigos (muchos y de los ricos). O podríamos no concluir nada y seguir alucinando.
Creo que por ahí lo bueno es que anden revoloteando, "a vecesitos" o cuando quieran y que dos por tres aten su bote en mi muelle y compartamos algún atardecer.
Gracias, entonces, por esos momentos que regamos juntos.

domingo, 14 de junio de 2009

TU ERES.

Mis ojos, melancólicos, color otoño…
Ellos y las hojas crujientes cuentan las mismas chispas.
Mas allá, mis miedos. Detrás, agazapados, enmudecidos.

Mis ojos, mis chispas y mis temores trepándome por el cuello.

Toda yo, reflejada en el espejo.

Mi loba salvaje que salta al vacío y muerde el deseo…
Hábil, alzada, despeinada, despojada…
Todos me ven y me veo.
Con hojas secas pendiendo de los mechones de mi cabello silvestre y mi hocico húmedo de amor.

Quiero saludarte oliendo tus contornos y que mi rostro muestre mis entrañas.
Nadar por el mar de ocre y oro.
Ahogarme en tus pupilas y que las mías te cortejen.

Ya no disimulo el disgusto de estar frente al demonio ni el asco que me produce su bruto hedor. Ya no agacho la mirada ni construyo jorobas de vergüenza.
Alzo el pecho, lo miro, ¿y qué? Todos mis galardones tatuados con saliva y sal de lágrimas penden de mi solapa estoica.
Ese día veo críos buscando mi pollera.

Me siento en una hamaca y recuerdo a mis ancestros, me lamo las heridas y zurzo mis dolores.
Mielo los segundos del reloj como a un trozo de chocolate blanco.
Conquisto cada pausa y me echo a andar meciendo mis contornos mientras millones de árboles dorados me hacen reverencia pellizcando el margen del camino como las mejillas de un niño regordete.
Mis arrugas beben el orgullo de los pasos sobre el lodo mientras que mis huesos cuentan todas las historias que posan sobre mi espalda y enrulan mi cabello.

La loba cuida mis críos y cuidará los suyos y yo dejaré que trepen por mis canas y se hamaquen a cambio de sus carcajadas crocantes.

Mi fatiga es por haber bailado con mi hombre muchas madrugadas, enloquecidos de pasión.
Amor de poca exigencia, sin pretexto, dos palabras y muchas caricias al alma.

Hoy libro batallas a mordiscones y hago temblar el suelo pisando fuerte y ardiendo.
Que nadie se atreva a desafiar mis huellas. Que sólo el mar las haga invisibles y las adorne con espuma.
La guerrera camuflada frente a sus fantasmas lucha a ciegas y mis ojos color de otoño contemplan al final de cada día el reguero de cadáveres junto al brote de vida nueva que florece en un mundo de zombis y cubre mis yagas con miel.

Hoy pongo sobre la tumba de mi depredador un ramo de algas frescas.
Hoy nace un niño con bucles de oro y me sonríe.
Lloro y río.
Es que algunos días mi cara parece dibujada en la tapa de un diario, recortada y enmudecida y otros tantos soy ese brote tierno regado con destellos.

lunes, 9 de marzo de 2009

Amnesia

Me sabe a caminar por el borde de un arroyo y sentir el crepitar del agua contra las rocas...
Me huele al sol iluminando las gotas rezagadas que cuelgan de los árboles de mi imaginación y beben de su lecho.
Veo al viento acariciando mi cara, sacando a bailar a mi pelo...
Escucho silencio... mucho silencio... Bienvenido Sr. Silencio, hace tiempo que lo espero.
Nadie habla, nadie reclama... Nadie reprocha ni resopla...
Palpo el otoño, estación dorada... quiero tocar tus hojas crujiendo bajo mis pies y una cobija que acompañe mi atardecer...
Chocolate caliente y masitas secas.
Música y besos.
No recuerdo casi nada, sólo que dormí por largo rato y finalmente desperté.
Pudo ser el miedo. Pudo ser la lluvia. Algo hizo que todo quedara atrás y olvidado.
Ahora... destellos de descanso.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Only Jane...

...Cuando el médico le dijo a Jane que debía estudiarla por dentro, sintió náuseas. Ya se había resignado a no cumplir su fantasía nefasta de las pocas semanas de vida. Simplemente creía que participaría una vez mas de la rutina grisácea y amarga de salir de los consultorios, enyesados con protocolos inertes, tal como lo hacen los niños en las visitas de rutina: golosina en mano y cabeza caída por la típica palmada compasiva que mas que la nuca, le aplaudía el orgullo.
Ella era hipocondríaca desde su infancia y ésta era la primera vez que notó en el entresejo de su diplomado de confianza un rictus de gravedad desconocido hasta entonces.
Hacía meses que el estómago le dolía hasta tornársele una roca pero en una práctica incesante de autodiagnóstico, lo atribuía a sus nervios desmesurados y emociones de lata que retumbaban su ser tal como el eco de un grito se inmola en las montañas.
Sintió el ardor punzante de quien es sorprendido haciendo algo repulsivo y a la vez el gusto descascarado de una nueva invasión a los límites de su carne.
Caminó repitiendo pasos cansados y adormecidos por el corredor de granito, sintiendo la luz del sol que se colaba por el vitraux de la puerta, simulando el arco iris.
El ruido de la calle aturdió sus sentidos y tuvo que detener su paso para no caer. Inmersa en el mareo de su conciencia, apretó el brazo musculoso de quien sostenía la puerta y sus penas, mientras una lágrima le empapaba la mejilla.
Fué entonces cuando intuyó que ya nada volvería a ser igual...

lunes, 23 de febrero de 2009

El principio de mi cuento mecedor.

Un cuento para grandes que alguna vez fueron chicos

…Huíamos.

El caballero me subió de un salto a su negro corcel y condujo por un sendero estrecho, montaña arriba. La sensación es haber flotado por momentos entre la bruma de aquel otoño fresco, color caramelo.

Recuerdo que sostenía mi mano dentro de la suya, enorme, rústica, cálida y la apoyaba en su pierna regalándome confianza; una isla de amabilidad dentro de un cuadro extremadamente hostil que retrataban las flechas que zumbaban a mi alrededor casi alcanzándome, casi hiriéndome de muerte.

Cerré los ojos con fuerza, con la intención de sellarlos para siempre y que la última imagen a llevarme fuera la de aquella espalda robusta rodeada por mis brazos desnudos y temerosos.
De repente, todo pareció evaporarse…

Cuando desperté, aún sobre el caballo y abrazando a mi protector, continuábamos colina arriba pero ya a paso lento y sin peligros a la vista. Las amenazas habían quedado atrás, muy lejos…

Pude ver la casita de madera y piedra entre el cabello color fuego del jinete que flameaba sobre ella, acompasado con el viento.
Estaba sostenida en ésa escondida ladera, frágil como una mariposa, posada en la montaña, inmóvil salvo por los jirones de humo que salían de su chimenea y caminaban hasta el cielo.

Todo lo que veía representaba el hogar, mi hogar, ese refugio de penas y corazones desdichados, sanando al ritmo de la creación. Ningún alma que estando allí contemplara las cuatro estaciones del año podría resistirse a la curación total, a ese bálsamo de silencio.

No recuerdo si me bajé del oscuro animal cansado o si mágicamente se transformó en mis zapatos porque mi caprichosa memoria me lleva casi ineludiblemente a la primera imagen que tuve de ella: yo estaba dentro de la casa ya, aún sin soltarle la mano a mi gallardo salvador cuando la vi…
Enorme, meciéndose en aquella silla resquebrajada que se quejaba con ruido a mimbre disfrazado con las vueltas de tejido que pendían de aquellas largas agujas.

Tenía el pelo color tormenta, suspendido en un rodete y las ropas largas y holgadas cobijando su añejo ser. Sus ojos de tierra profunda inundaban los míos, fijamente, de tanto en tanto. Mientras, mi mano quedó repentinamente chica dentro de la del hombre que la sostenía y cayó rumbo al suelo obedeciendo a la gravedad, detenida un metro antes por encontrarse con mi pelo para enrularlo.

Así, mi mano, mi pelo y yo, volteamos hacia él lentamente buscando permiso. Atorados los tres, tironeando su pantalón, insistentes, le arrancamos una sonrisa y un vaivén de cabeza que indicaba aceptación.

Volví a mirarla entonces… tejía, sonreía y me miraba cuando acababa una vuelta con esos ojos de pantano con el cielo despejado.
¡Cómo recuerdo esos ojos!

De pronto pude sentir su amor y me atemorizó un poco… sus manos calmas, su vientre templado y su paciencia. Había estado esperándome en silencio todo este tiempo y yo ignorándolo por completo.

Sentí que me inundó la locura y el deseo de quedarme yaciendo en siesta perpetua, con mi pequeño cuerpo sin dolencias y mis nuevas manitas de espuma. Justo allí, entre los puntos incorruptibles de esa bufanda color púrpura, aletargando mis tiernos años hasta el punto de no caber más en su regazo.

Sentada con mí cabecita sobre el pecho de la anciana, hilando marionetas con su salto de cama que provocaba cosquillas en mi frente. Respirando profundamente cada vez que podía para retener ese perfume a vida transcurrida, mezclado con jazmines. Esa frescura de sendero, esa luz tenue de atardecer perezoso.

Mis pies jugaban con el ruedo del vestido, chapoteando en la puntilla, mientras bailaban la canción que yo tarareaba y no recuerdo.

Mis ojos parpadeaban al compás de las flautas, agitándose con pestañas inquietas y párpados casi abnegados de cansancio.

El caballero esperaba y espera… siempre…

A través de la ventana, el sendero recortado, despoblado, ávido de pies cansados…

Aquí...

Aquel día caluroso de enero, estaba sentada en el umbral de mi casa, agobiada e inquieta a la vez, con la sensación de la adrenalina besándome las venas por dentro, haciéndome cosquillas.

El sol calentaba el asfalto hasta hacerlo brillar y temblar sobre el horizonte esfumado y, en él, apareció de pronto una silueta de un sombrero y su dueño. Caminaba, acercándose muy lentamente. Parecía flotar sobre la nube incandescente del derretido cemento, dejando huellas de vapor.

Lo seguí con la mirada sin perderme un segundo su andar. Anhelando se detenga, sospechando que no lo haría. Atenta y expectante, como un apostador en una mesa de casino viendo la ruleta andar.

Se detuvo, justo enfrente de mí, me miró y dijo con la serenidad de quien propone algo factible: “Te invito a desaparecer del mundo por un rato”.

Mi mente inmediatamente disparó un “no” estruendoso y severo y el resto de mi ser se dirigió hacia él queriendo tomar su mano tendida, sin lograrlo porque en el mismísimo segundo en que hicimos contacto físico se volvió polvo, esparciéndose sobre la mancha negruzca de brea que tatuaba la calle.

Atónita frente al fenómeno sólo logré escuchar como sonido devenido en eco su último susurro: “Mirá el letrero” y su dedo se esfumó señalándolo.

Un cartel blanco yacía estampado en un muro viejo y resquebrajado, sin palabras ni dibujos: no indicaba nada, no había donde ir.

Sentí el frío de una noche inexistente y el ahogo de la desilusión estampado en mi garganta. Busqué lágrimas en mis ojos para humectar el alma y con la vista borrosa, en el preciso epicentro de un sollozo, vislumbré algo en el gran tapiz de nieve.

Me acerqué y encogí mis ojos en busca de nitidez pero sólo aparecía en escena un caminito de traviesas hormigas negras, inquietas, vaqueteando el renglón. Quise apurar el paso para acercarme mas rápido y no pude. Mi cuerpo se movía en cámara lenta proporcionándome la fuerza a cuentagotas. Traté de volar, flotar, nadar sumergida en el aire pero nada lograba que acelerara mi paso. No había caso, la gravedad había desaparecido.

¿Se trataría de un sueño? –me pregunté- Refregué mis ojos con tanta fuerza que algunas pestañas cedieron y se pegaron en la humedad de mis mejillas.
Tenía la vista nublada, encapotada. Las lágrimas seguían brotando como vertiente de un manantial y cada vez que una de ellas caía al suelo, una flor púrpura nacía.

Temí despertar, entonces. Había encontrado un placer extraño retozando entre las nubes, esperando la nitidez del letrero. Ese era mi oficio –la espera- y lo ejercía gustosa; aunque debo confesar que por momentos, de esos que son escuetos y caprichosos, pensaba que despertaría sin poder aún leer el bendito cartel.
Tal vez no fuese cualquier sueño sino aquel que llaman eterno pero no podía precisarlo. No sentía la fragilidad de los mortales pero tampoco la iluminación de los etéreos y elevados. Además, sentía latir mi corazón al compás del viento y eso me hacía palpar la vida, mas que nunca.

Recuerdo entonces que me disponía a dormir una siesta acurrucándome en la bruma cuando miré el letrero una vez más y comencé a leer algunas letras sueltas, enlazadas con otras, bailando entre sí, creando sentido, hablándome. Agudicé la vista utilizando todas mis fuerzas y logré comprender. Era una sola palabra: “Llegaste”.

Sólo eso susurraban las hormigas que ahora estaban inmóviles, estáticas, jugando a las letras, abrazadas.

No comprendí, al principio. Sólo apareció un punto dibujado en mi mente, que por cierto había vuelto a mi encuentro con la cabeza a gachas y arrastrando los pies y antes que pregunte algo, me dijo presurosamente: “El punto marca un lugar exacto y sólo ese lugar”. Y ahí todo fue mas claro.

Ahí, exactamente, ahí…

El punto exacto… Aquí, donde estoy parada ya tierra firme ya arenas movedizas.

Donde me encuentro a mi misma, con las suelas marcadas de camino y los cordones sedientos por seguir.

Aquí, “mi punto aquí”, donde elijo estar y por eso estoy. Quieta y a la vez moviéndome todo el tiempo, con la tendencia a estar lo mas exactamente aquí que se pueda… bien aquí… muy bien aquí… tomándole la mano, serena con él…

Precisamente aquí, donde sea que me encuentro.

sábado, 21 de febrero de 2009

Little Sweet Miss Pepa

Sus viejos acomodando la tablita de planchar de juguete en la cocina, ya entrada la madrugada de reyes, agazapados, riendo.

La vela oficial de Frutillitas, atemporal, de mil cumpleaños.

La adilette del cacique incrustada en su torpe rodilla, tatuándola para siempre en aquel hotel marplatense.

Los jeans con vivitos fucsia.

Les presento a Pepa. Always Miss Pepa.

Los peinados que le hacía su prima y su fascinante muñeca de tamaño real.

El hospital de los muñecos y Pinocho malherido.

La luz de Cristo.

El tío que luchaba con el lobo en el monte y al volver le enseñaba a saltar la zanja.

Su viejo enseñándole a tirarse de cabeza en “la olla” cuando caía la tarde y el agua hervía.

Los vestiditos de Rudy Rut.

Las Adidas blancas y rojas que nunca le gustaron.

Los helados en copas enormes en La Uruguaya.

El taller de su tío, su primo y el ascensor imaginario.

Las caminatas familiares por el campo y la búsqueda de hinojo.

Las topper blancas, endurecidas, recién lavadas.

Las florcitas de plástico que adornaban su canasta que compraba en lo de Funes.

La goma rosa con olor a frutilla y ojitos movedizos.

El guardapolvo turquesa con el nombre bordado.

La remera con focas de Puerto Madryn.

Las uñas largas con esmaltadas en fucsia con luna blanca de las manos que trabajan.

Los helechos colgantes en los maseteros del patio.

Los acolchados palette rojos.

La vuelta en taxi del cole ese soleado día de otoño con ella y el conejo Serafín.

El café con leche mas rico del mundo enfriándose mientras ella llora presa del dolor de oídos en los brazos firmes de su mamma.

La camisa roja de su Tata.

La luz del ante baño velando sus noches de monstruos y su frescura inusual en aquellos veranos de chicharras inquietas.

Las caídas del sol de enero, en el patio, con sus crines sobre la falda de quien hurgaba acechando piojos.

El pastor alemán en la terraza consolando su llanto.

Su hermano experimentando con hormigas en la terraza de cerámicos derretidos.

Las huellas del Sr. Fostoto y la máquina fumarola.

Sus trajes imaginarios de princesa cautiva cuajados del brillo de las lentejuelas prolijamente alineadas.

Los tacones de charol prestados bailando en sus pequeños pies.

Su “porte” de nadadora y la emoción de “medalla de oro” al llegar a la olímpica de Provincial.

La lonita amarilla y la maya roja con vivitos blancos.

Su primer bikini a lunares diminutos, de colores, and so on.

Los camisoncitos con volados estrenados en el Italiano gracias a la/s hernia/s.

El bebote de Yolly Bell, los pin y pon, pequeños ponis, muñecas articuladas y las infaltables líderes de la horda de juguetes: Tania y Toli.

“Aventuritas” a toda velocidad con la bici.

La “plaza de las visiones” en Carmen del Sauce.

Los asados en la terraza.

El empacho con aceitunas.

Su cama de verano con vista al patio poblado de voces y anécdotas familiares.

Las hermanas de la esquina vestidas iguales con colores diferentes.

La amiga de “a la vuelta” y su negrura simpática desafiando la blancura de la gringa.

El kiosco de la cortada… los chupetines chicles y las infaltables semillitas de girasol.

La época del jopo y sus dificultades.

Las pizzas al molde de zona sur y sus memorables casuelas de salchichas. El Pac Man y el Wonder Boy de la casa de videos de turno.

Los 2 de mayo calurosos y húmedos, a la vera del ventilador tomando chocolate en taza con masitas secas.

El patio de la Inmaculada y la capilla silenciosa con olor a incienso y sabor a Dios.

Los 8 de diciembre, madrugando para armar el arbolito. El primerísimo, blanco con serpentina azul.

Los dibujos animados de los domingos a la mañana y los desayunos con pizza fría.

El estanciero, la tómbola en lo de la tía con mate y bizcocho.

El pulóver color manteca con cuello redondo, repleto de ochos un talle mas grande.

Los malos humores y aquellos momentos de llanto, inmortalizados en el diario íntimo.

La montanita del club y los recorridos invernales espiando desde lejos.

El salpicado plástico del patio y las lajas del comedor diario.

Poner ganchito en la puerta.

La vecina de enfrente a medio sentar en la cocina y sus recetas de zapallitos con salsa blanca.

El 129 en Cura y Rodríguez.

Speaking english y la fiesta de noche de brujas.

Los protagonistas de sus primeros suspiros correteando en sus poemas.

El casette de Richard Marx original y los grabados de Phil Collins y Elton John en cintas vírgenes Grunding o TDK.

Don Bizcocho y sus secuaces en los relatos de la abuela.

La mesa de neolite color pastel con patas grises a la vera de la ventana de sol dorado y correa perezosa.

El ruido del termotanque explotando al encenderse como única compañía.

Las figuras recortadas del lavarropas y la pileta blanca acompañando la puerta de chapa y vidrio con salida a la calle imaginaria.

La silueta de Miss Pepa recortada en el muelle… lágrimas de cocodrilo y un adiós cayendo de su boca…