;)

También podés leerme en: "MUNDO PIMP!"

Me encanta que tengas algo para decir...

Para dejar tus palabras en el blog sin ser seguidor del mismo, elige la opción "Anónimo" y firma tus mensajes en el cuerpo de los mismos.

Muchas gracias!

miércoles, 9 de junio de 2010

El dueño de mi desvelo

Me desperté gritando. Desconsolada.
Las lágrimas trepaban a borbotones por los pliegues de mis labios que las recibían, saladas y ásperas como la noche.
Vos dormías a mi lado, apacible y con respiración tenue; no habías muerto y aún así la congoja me ahogaba, apretando mi garganta con tenazas de angustia y desconsuelo.

Soñé que no estaba soñando y vos morías…
Te despedías de mí con una mirada larga y apenada como la de un niño al que el viento le roba un barrilete recién remontado; y yo a tu lado, incapaz de salvarte, de vengarte, de recuperar tu aliento.
Nadie corrió a mi auxilio: qué solos quedan los deudos con sus muertos… qué solos!

Tuve ganas, entonces, de abrazar tu vida y festejarla, pero me contuve: posiblemente te asustarías y necesitabas dormir en aquellas vísperas de un duro día de trabajo.
Besé tus sienes suavemente dejándote una lágrima calcada en tu ceja, y sonreíste dormido como una criatura mientras la acunan.
Las lágrimas seguían brotando de mis ojos, alternando pena y emoción, como un manantial incontenible, inundando el hilo de voz de mi conciencia mientras millones de palabras se apelotonaban en mi pecho.
Me levanté, como pude, y arrastrando mi ser como un saco viejo y polvoriento llegué a la cocina con ganas de soltar la congoja para que estalle en el aire como un aplauso cerrado y contenido.

No pude. No quise. No me atreví.

Se había instalado en mi alma la sensación de haberte perdido como una mariposa con sus alas rotas aleteando sobre mis pulmones, batiéndolas hasta el cansancio pesado e invalidante.
Como una película de mal gusto, mi mente repetía una y mil veces la imagen de tus ojos verde pantano apagándose frente a mí.
Y yo moría con vos, cada vez…
Cada vez.

Volví a la cama y me acurruqué a tu lado, doblada como una servilleta, tocando tu mejilla con la punta helada de mi nariz, respirando profundamente, sintiendo el perfume de tu piel, escuchando tus latidos.
Solo así pude conciliar el sueño.

Al otro día me sentía rota de cansancio y vos amaneciste con tu sonrisa de siempre y la bondad nadando en tus pupilas, esas que me esclavizan, me subyugan, me delatan.
Te amé por eso.
Y por untar mis tostadas y regalarme ese beso breve y anónimo al despedirte.

Te amo, además, porque zurcís con infinita paciencia mis malhumores frecuentes y los remiendas con pitucones cuando ajan nuestro diario transcurrir.
Y te amo “aún peor” cuando escuchas mi llanto y no pronuncias palabra para no interrumpirlo con consuelos vanos, y acaricias mi espalda y me cubrís el alma con una tibia manta.
Pero sobre todo te amo porque me amas en mis rarezas y me decís “auténtica” mientras me contemplas con una ternura infinita.

Antes de cerrar la puerta, aquella mañana, hiciste un chiste que no recuerdo y yo te devolví una mueca seca y antipática, incapaz de revelarte los secretos de la mariposa rota.
Sonreíste y te fuiste tranquilo.
Yo me quedé sobre mis matutinas páginas, amasando un nuevo día, sola, saldando cuentas conmigo.