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domingo, 14 de junio de 2009

TU ERES.

Mis ojos, melancólicos, color otoño…
Ellos y las hojas crujientes cuentan las mismas chispas.
Mas allá, mis miedos. Detrás, agazapados, enmudecidos.

Mis ojos, mis chispas y mis temores trepándome por el cuello.

Toda yo, reflejada en el espejo.

Mi loba salvaje que salta al vacío y muerde el deseo…
Hábil, alzada, despeinada, despojada…
Todos me ven y me veo.
Con hojas secas pendiendo de los mechones de mi cabello silvestre y mi hocico húmedo de amor.

Quiero saludarte oliendo tus contornos y que mi rostro muestre mis entrañas.
Nadar por el mar de ocre y oro.
Ahogarme en tus pupilas y que las mías te cortejen.

Ya no disimulo el disgusto de estar frente al demonio ni el asco que me produce su bruto hedor. Ya no agacho la mirada ni construyo jorobas de vergüenza.
Alzo el pecho, lo miro, ¿y qué? Todos mis galardones tatuados con saliva y sal de lágrimas penden de mi solapa estoica.
Ese día veo críos buscando mi pollera.

Me siento en una hamaca y recuerdo a mis ancestros, me lamo las heridas y zurzo mis dolores.
Mielo los segundos del reloj como a un trozo de chocolate blanco.
Conquisto cada pausa y me echo a andar meciendo mis contornos mientras millones de árboles dorados me hacen reverencia pellizcando el margen del camino como las mejillas de un niño regordete.
Mis arrugas beben el orgullo de los pasos sobre el lodo mientras que mis huesos cuentan todas las historias que posan sobre mi espalda y enrulan mi cabello.

La loba cuida mis críos y cuidará los suyos y yo dejaré que trepen por mis canas y se hamaquen a cambio de sus carcajadas crocantes.

Mi fatiga es por haber bailado con mi hombre muchas madrugadas, enloquecidos de pasión.
Amor de poca exigencia, sin pretexto, dos palabras y muchas caricias al alma.

Hoy libro batallas a mordiscones y hago temblar el suelo pisando fuerte y ardiendo.
Que nadie se atreva a desafiar mis huellas. Que sólo el mar las haga invisibles y las adorne con espuma.
La guerrera camuflada frente a sus fantasmas lucha a ciegas y mis ojos color de otoño contemplan al final de cada día el reguero de cadáveres junto al brote de vida nueva que florece en un mundo de zombis y cubre mis yagas con miel.

Hoy pongo sobre la tumba de mi depredador un ramo de algas frescas.
Hoy nace un niño con bucles de oro y me sonríe.
Lloro y río.
Es que algunos días mi cara parece dibujada en la tapa de un diario, recortada y enmudecida y otros tantos soy ese brote tierno regado con destellos.