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sábado, 20 de marzo de 2010

Industria petalúrgica

Los obreros de aquella fábrica de papel no daban crédito a lo que veían: aquel pedido, que garantizaría su fuente de trabajo en esa empresa familiar con pretensiones de expansión, completamente arruinado frente a sus ojos.

Tanta cantidad de papel manchado, desbaratado… La desazón, la sospecha de boicot, el odio a la tecnología recientemente implementada, las caras abatidas; todo ello pintaba el escenario de aquel lugar.

El dueño decidió que la jornada laboral terminara antes de tiempo para quedarse sólo en su fábrica con la producción malograda y la bruma gris de un día para olvidar. Pensó por un momento que su abuelo, quien fuera el fundador, se sentiría defraudado por su irresponsabilidad.

De pronto el universo se congeló.
El reloj dejó de latir y la tiranía de sus agujas abdicó el trono del tiempo.
Sólo sentía sus propias pulsaciones retumbando en el planeta como si fueran las únicas.

Miró el producido de meses de trabajo y fortuna de inversión y como quien despierta de una pesadilla sintió el alivio de razonar que lo que lo preocupaba era una fantasía ilusoria.
¿Por qué pensar en lo acaecido como el estrecho borde de un precipicio cuyas rocas están tentadas de colapsar? ¿Por qué creer que aquellas manchas color café y aquellos signos de lenguaje ignoto inutilizaban cruelmente las páginas emitidas por las nuevas maquinarias? ¿Quién las juzgaría de inútiles? ¿Dónde estaba escrito? ¿A quién realmente le importaba?

Aquellas marcas turbias podrían satisfacer los ojos que se empeñaban en ver más allá. Lo que la mancha esconde, lo que está detrás, lo que subyace, lo que resalta, lo que grita, lo que solloza, lo que muestra sin echar mano a la efímera y superflua apariencia primaria.

¿Quién inventó la blancura del papel? ¿Qué tirano decidió congelarlo en aquella exigencia tan poco natural? ¿Por qué juzgar el lenguaje con la soberbia del erudito? ¿Qué opinarían los animales mi habla si tan siquiera les interesara detenerse a escucharme?

Los interrogantes giraban alrededor del hombre aturdiéndolo, trascendiendo su terrena existencia, como ecos de montaña colgados de algún paisaje; así, pronto comprendió que nada –absolutamente nada- de lo que lo preocupaba en su mundano viaje por la vida hacía tan sólo minutos atrás, era importante.
Minutos u horas o nada porque el tiempo ya no marchaba.

De pronto las manchas y los signos comenzaron a mostrarse con el misterio que lo haría la receta de la pócima de la vida eterna.

Lejos de querer entender el mensaje críptico que contenían, se detuvo a admirar a los personajes que nacían del vientre de aquellas cicatrices de papel.
Y pudo ver…

…Una feliz anciana respirando sus últimas gotas de aire en la galería de madera de su casa de campo. Con la mano derecha sostenía un bastón que le recordaba el cansancio de sus vértebras a cada paso. Sus cabellos plateados se sostenían enmarañados en un rodete enorme. Aquella longeva mujer sin rostro se esforzaba por llegar a encontrarse con sus nietos que corrían, sonriendo y gritando. Sin poder lograrlo, trastabilló y cayó al suelo, despidiéndose…

Lo sorprendió que no hubiera ni un solo dejo de tragedia en la imagen sino nubes de felicidad.

Luego…nada. Se disipó la postal como la pintura que recibe una gota de agua. Entonces comenzó a buscar más imágenes con la desesperación de un sabueso hacia su presa. Fijó la vista en otra mancha de color más oscuro que posaba sobre una pieza de papel unos estantes más abajo y la puerta se abrió…

…Una plaza con hamacas y los chirridos de sus cadenas faltas de aceite. A lo lejos, una niña vestida con túnicas blancas yacía parada junto a ellas, con su cabello renegrido y largo sobre su rostro, cubriéndolo…
Sintió el escalofrío que presagia una desgracia; aquella niña parecía un monstruo oscuro y endemoniado pero no podía dejar de acercase a ella para ver más…

…Él buscándola con sus manos y cuando creyó tocarla, la niña giró sobre sí y corrió lejos, regalándole desde la distancia la sonrisa más hermosa y transparente que jamás había visto, disipando a los demonios; el miedo cedió su paso a la luz…


El empresario estaba entre temeroso y anestesiado con su propia adrenalina: ¿Acaso eran visiones o presagios? Decidió seguir investigando.
A pocos metros de allí, encontró un símbolo que atraía su atención; no podía leerlo ni comprenderlo pero sintió en el fondo de su pecho lo que significaba: LIBERTAD! Sus labios pronunciaron tímidamente esa palabra y como el abracadabra del destino, el signo mágico que posaba sobre aquella isla color tierra comenzó a agrietarse y abrirse.

…Un soldado. Armado, disparando, avanzaba sobre el enemigo que se había parapetado en aquel poblado inmerso en la selva espesa. Sus espaldas se encontraban a salvo. Los proyectiles se desprendían de su fusil como la arena se escurre del puño. El ruido era insoportable y constante hasta que llegó el silencio de los abatidos: absoluto, pesado y entumecido, sólo interrumpido por las lágrimas que alcanzaban el suelo y el grito que expulsó de su garganta: Libertad! La emoción pintaba flores sobre los uniformes camuflados y las armas… Se percibía la conquista de lo justo…

Estaba maravillado y seguía su pesquisa con desenfreno. Necesitaba nutrirse de las historias abandonadas en los cuadros sin autor conocido estampados en las resmas. Ya no le interesaba si el mundo seguía detenido o si había decidido continuar su marcha sin él. Si aquello era la muerte, bienvenida era, pensaba.
Sólo él y aquellas hojas menospreciadas…
Corrió hacia el otro extremo del enorme galpón hasta que encontró aquella mancha que parecía superar el mismísimo tamaño de la página en la que dormía. Miró profundamente, casi quedándose bizco y segundos más tarde las formas comenzaron a danzar con sus ojos saltarines.

…Una mujer conduciendo por un camino boscoso rumbo a la cabaña que recogía su inspiración y el mar amante que la esperaba bravío…

Y más, mucho más…

…Los pinos intrépidos que invadían el cielo y lo recortaban del planeta…

…Los trozos de un collage…

…La escalera de madera empinada subiendo a un ático mágico…

…La fortuna de un jeque árabe preso de la insatisfacción, atiborrado de una abundancia desmedida…

…El niño con su negrura especial y sus dientes constelados, sin alimento ni esperanza…

…Un médico sudando sobre su paciente, devolviéndole la vida, con el estetoscopio colgado brillando como un collar de perlas…

…Una madre con su prole numerosa regocijándose en su orgullo…


Él vivía y revivía esas historias como propias; pequeños recortes de vidas pasadas como harina del presente amasándose en sus manos y el futuro tatuado en su frente, sin pretender del tiempo más de lo que el tiempo pretendía de él.

-El tiempo no es pretencioso- se dijo; -ni las ardillas ni los árboles-

Los camiones conducidos por impacientes transportistas aguardaban el cargamento en la puerta de aquella fábrica humeante. Habían pasado veinte minutos desde su arribo y todavía no habían podido cargar ni una sola caja de papel. Resoplaban enojados y tocaban las bocinas como si el chirrido estruendoso del desaprensivo instrumento fuera a detener su ansiedad.

En medio del concierto de esos agonizantes sonidos agudos y fastidiosos, el portón de hierro del galón central por fin comenzó a abrirse lentamente y en el trasluz incipiente de esa abertura se recortaba la sombra de la silueta del dueño del lugar.
Los choferes respiraron aliviados y caminaron hacia él disparando nerviosos las preguntas esperadas…
-Señor, ¿podemos empezar a cargar que ya venimos demorados?- preguntaron casi en coro los conductores.
-¿Demora?- dijo él entre risas recordando su reflexión sobre el tiempo.
-Señor, por favor… el papel- replicó el dueño de aquél camión que había cruzado el país de este a oeste en busca del cargamento, con cierto nerviosismo.
-¿Qué papel?- preguntó con cierta ingenuidad el industrial papelero
-Vamos, Señor… el cargamento que venimos a buscar… su producción… lo que ud. elabora- dijo otro con disgusto en su voz.
Él, tranquilo y apacible, con un aplomo sereno que transmitía paz respondió:
-Ya no produzco más papel… ahora sólo regalo historias a aquellos dispuestos a escuchar y ver.

El niño que llora

El niño que llora.
Llora y canta.
Canta un llanto.

El llanto de un hombre-niño,
Lágrimas de aromas y sabores de otros tiempos.
La desesperación de sentirse pequeño,
de saberse indefenso.

¿Él?
Hombre rudo, ágil…
Pragmático, decidido…
Exitoso…
Repentinamente inexistente.

Sufrimiento hecho carne,
Ya imperceptible e indispensable.
Dolorosa dependencia.

Miedo fundador,
Con y sin carencias.

Y finalmente el hombre-niño habló,
En franco abandono a su añejo mutismo racional.
Tenía mucho para decir…

“¿Acaso puedo ser este vulnerable niño que vivo con tantos años en mi documento? ¿Es que los hilos de plata han sido en vano? ¿Qué hay más allá? ¿Cúan bajo se puede caer y que tan alto se puede trepar? ¿Viviré mucho más? ¿Será el arrepentimiento mi sepulturero?”
Todas ellas, sin respuestas, son pequeñas puñaladas de sal desafiando mi carne.
La vida me dio una bofetada y no pude responderle.
Temeroso, me paralicé y creí desaparecer.
Necesité irme lejos de todo y de todos. Jamás volver.
Empezar otra vida: nueva y placentera. Vivir en otra casa, en otro lugar, en otro mundo.
Callar para siempre, enmudecer.
Llorar a voluntad y antojadizamente.
Reír de lo que me plazca.
Desaparecer y que nadie lo note… Que no me extrañen. No pertenecer.
No recuerdo si finalmente pude hacerlo o solo lo deseé.
Todo ello sentí o viví en el preciso instante, minúsculo y compacto, en que la palma de la mano de la existencia misma –de todos y de todo- explotó en mi mejilla, calentándola.

Yo que era impermeable,
Como piloto mágico contra las emociones-tempestades.
O al menos lo creía así

Años y añares, construyéndome,
Me desmoroné en segundo con la decadencia de la estatua que deja ver sus grietas.

Desconcierto del alma abatida…
Empellón del toro herido…
Desgarro del espíritu.

Necesitaba un refugio que no sabía como encontrarlo.
Recién nacía a esta nueva realidad y no podía siquiera valerme para satisfacer mis básicas necesidades: procurarme paz para alimentar mi ser, desechar mi odio sin mancharme, limpiar mis manchas para no apestar a maldad. Tampoco sabía como abrigarme y colocarme al reparo de las injusticias.
Así, empapado de temor, caí de rodillas como quien se entrega a su verdugo esperando el fin.
Elongué el cuello casi sintiendo el espasmo helado del arma y de pronto:

Calidez…

Unas manos se posaron sobre mi cabeza.
No quise levantarme ni incorporarme ni enderezarme. Si por fin mi imaginación se volvía mi fiel aliada productora de tibias ilusiones, no quería enterarme tan rápido.
Empezaron a acariciarme y sabían bastante a realidad.
Como pude, levanté los brazos para tocarlas.
La suavidad de la piel que encontré me estremeció hasta las lágrimas. Lloré como niño.
Como niño – adulto.
Lágrimas que curaban mis heridas como mágico cicatrizante.
Seguía con la cabeza a gacha. Tenía miedo.
Recordé la existencia de mis otros sentidos, además del precursor y valiente tacto y la temerosa y escurridiza vista.

Decidí oler. Profundamente, como quien lo hace por primera vez.
Traté de interpretar el aroma, pero no tenía registro.
Antes de caer en recurrente desesperación, me propuse chequear qué sentía en el preciso instante en que respiraba hondo y, otra vez, borbotones de lágrimas me bañaron.
El aroma colmaba de placer todo mi cuerpo que se estremecía casa ininterrumpidamente.

Con el cuerpo purificado y placentera sensación, mis oídos celosos se dignaron escuchar. Creo que hasta mis orejas bailaron al compás de la armonía.

Dulce néctar,
a eso sabía el ambiente.

Bailando, escuché, probé, olí, toqué…
Pero seguía sin ver. Mi cabeza continuaba pendiendo del cuello como un dije corredizo.
¿Levantarla? ¿Para ver qué? ¿Desaparición del sublime momento?
Al sentir que un dejo de malestar quería volver a apropiarse de mí, deseché los cuestionamientos y en formal acto heroico erguí mi cabeza de golpe, con la entereza de un guerrero.
Mis ojos, nublados, aún no podían ver que las lágrimas seguían brotando de ellos; pero ya no importaba ver sino sentir que el miedo se hagía esfumado como vapor del pasado…

Gracias a las lágrimas,
A estas nuevas lágrimas del desvelo por querer vivir eternamente despierto luego de haber dormido tanto.
Nobles gotas como sustancia que nutre sueños,
Esos que siempre tuve y que hoy despiertan y me mecen en tierna cuna.
Y me lamen el alma con dulzura de una mascota…

Levantan mis alas… Seducen mi piel…
Espantan malvados y,
crían este nuevo ser.