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lunes, 23 de febrero de 2009

Aquí...

Aquel día caluroso de enero, estaba sentada en el umbral de mi casa, agobiada e inquieta a la vez, con la sensación de la adrenalina besándome las venas por dentro, haciéndome cosquillas.

El sol calentaba el asfalto hasta hacerlo brillar y temblar sobre el horizonte esfumado y, en él, apareció de pronto una silueta de un sombrero y su dueño. Caminaba, acercándose muy lentamente. Parecía flotar sobre la nube incandescente del derretido cemento, dejando huellas de vapor.

Lo seguí con la mirada sin perderme un segundo su andar. Anhelando se detenga, sospechando que no lo haría. Atenta y expectante, como un apostador en una mesa de casino viendo la ruleta andar.

Se detuvo, justo enfrente de mí, me miró y dijo con la serenidad de quien propone algo factible: “Te invito a desaparecer del mundo por un rato”.

Mi mente inmediatamente disparó un “no” estruendoso y severo y el resto de mi ser se dirigió hacia él queriendo tomar su mano tendida, sin lograrlo porque en el mismísimo segundo en que hicimos contacto físico se volvió polvo, esparciéndose sobre la mancha negruzca de brea que tatuaba la calle.

Atónita frente al fenómeno sólo logré escuchar como sonido devenido en eco su último susurro: “Mirá el letrero” y su dedo se esfumó señalándolo.

Un cartel blanco yacía estampado en un muro viejo y resquebrajado, sin palabras ni dibujos: no indicaba nada, no había donde ir.

Sentí el frío de una noche inexistente y el ahogo de la desilusión estampado en mi garganta. Busqué lágrimas en mis ojos para humectar el alma y con la vista borrosa, en el preciso epicentro de un sollozo, vislumbré algo en el gran tapiz de nieve.

Me acerqué y encogí mis ojos en busca de nitidez pero sólo aparecía en escena un caminito de traviesas hormigas negras, inquietas, vaqueteando el renglón. Quise apurar el paso para acercarme mas rápido y no pude. Mi cuerpo se movía en cámara lenta proporcionándome la fuerza a cuentagotas. Traté de volar, flotar, nadar sumergida en el aire pero nada lograba que acelerara mi paso. No había caso, la gravedad había desaparecido.

¿Se trataría de un sueño? –me pregunté- Refregué mis ojos con tanta fuerza que algunas pestañas cedieron y se pegaron en la humedad de mis mejillas.
Tenía la vista nublada, encapotada. Las lágrimas seguían brotando como vertiente de un manantial y cada vez que una de ellas caía al suelo, una flor púrpura nacía.

Temí despertar, entonces. Había encontrado un placer extraño retozando entre las nubes, esperando la nitidez del letrero. Ese era mi oficio –la espera- y lo ejercía gustosa; aunque debo confesar que por momentos, de esos que son escuetos y caprichosos, pensaba que despertaría sin poder aún leer el bendito cartel.
Tal vez no fuese cualquier sueño sino aquel que llaman eterno pero no podía precisarlo. No sentía la fragilidad de los mortales pero tampoco la iluminación de los etéreos y elevados. Además, sentía latir mi corazón al compás del viento y eso me hacía palpar la vida, mas que nunca.

Recuerdo entonces que me disponía a dormir una siesta acurrucándome en la bruma cuando miré el letrero una vez más y comencé a leer algunas letras sueltas, enlazadas con otras, bailando entre sí, creando sentido, hablándome. Agudicé la vista utilizando todas mis fuerzas y logré comprender. Era una sola palabra: “Llegaste”.

Sólo eso susurraban las hormigas que ahora estaban inmóviles, estáticas, jugando a las letras, abrazadas.

No comprendí, al principio. Sólo apareció un punto dibujado en mi mente, que por cierto había vuelto a mi encuentro con la cabeza a gachas y arrastrando los pies y antes que pregunte algo, me dijo presurosamente: “El punto marca un lugar exacto y sólo ese lugar”. Y ahí todo fue mas claro.

Ahí, exactamente, ahí…

El punto exacto… Aquí, donde estoy parada ya tierra firme ya arenas movedizas.

Donde me encuentro a mi misma, con las suelas marcadas de camino y los cordones sedientos por seguir.

Aquí, “mi punto aquí”, donde elijo estar y por eso estoy. Quieta y a la vez moviéndome todo el tiempo, con la tendencia a estar lo mas exactamente aquí que se pueda… bien aquí… muy bien aquí… tomándole la mano, serena con él…

Precisamente aquí, donde sea que me encuentro.

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