;)

También podés leerme en: "MUNDO PIMP!"

Me encanta que tengas algo para decir...

Para dejar tus palabras en el blog sin ser seguidor del mismo, elige la opción "Anónimo" y firma tus mensajes en el cuerpo de los mismos.

Muchas gracias!

sábado, 20 de marzo de 2010

El niño que llora

El niño que llora.
Llora y canta.
Canta un llanto.

El llanto de un hombre-niño,
Lágrimas de aromas y sabores de otros tiempos.
La desesperación de sentirse pequeño,
de saberse indefenso.

¿Él?
Hombre rudo, ágil…
Pragmático, decidido…
Exitoso…
Repentinamente inexistente.

Sufrimiento hecho carne,
Ya imperceptible e indispensable.
Dolorosa dependencia.

Miedo fundador,
Con y sin carencias.

Y finalmente el hombre-niño habló,
En franco abandono a su añejo mutismo racional.
Tenía mucho para decir…

“¿Acaso puedo ser este vulnerable niño que vivo con tantos años en mi documento? ¿Es que los hilos de plata han sido en vano? ¿Qué hay más allá? ¿Cúan bajo se puede caer y que tan alto se puede trepar? ¿Viviré mucho más? ¿Será el arrepentimiento mi sepulturero?”
Todas ellas, sin respuestas, son pequeñas puñaladas de sal desafiando mi carne.
La vida me dio una bofetada y no pude responderle.
Temeroso, me paralicé y creí desaparecer.
Necesité irme lejos de todo y de todos. Jamás volver.
Empezar otra vida: nueva y placentera. Vivir en otra casa, en otro lugar, en otro mundo.
Callar para siempre, enmudecer.
Llorar a voluntad y antojadizamente.
Reír de lo que me plazca.
Desaparecer y que nadie lo note… Que no me extrañen. No pertenecer.
No recuerdo si finalmente pude hacerlo o solo lo deseé.
Todo ello sentí o viví en el preciso instante, minúsculo y compacto, en que la palma de la mano de la existencia misma –de todos y de todo- explotó en mi mejilla, calentándola.

Yo que era impermeable,
Como piloto mágico contra las emociones-tempestades.
O al menos lo creía así

Años y añares, construyéndome,
Me desmoroné en segundo con la decadencia de la estatua que deja ver sus grietas.

Desconcierto del alma abatida…
Empellón del toro herido…
Desgarro del espíritu.

Necesitaba un refugio que no sabía como encontrarlo.
Recién nacía a esta nueva realidad y no podía siquiera valerme para satisfacer mis básicas necesidades: procurarme paz para alimentar mi ser, desechar mi odio sin mancharme, limpiar mis manchas para no apestar a maldad. Tampoco sabía como abrigarme y colocarme al reparo de las injusticias.
Así, empapado de temor, caí de rodillas como quien se entrega a su verdugo esperando el fin.
Elongué el cuello casi sintiendo el espasmo helado del arma y de pronto:

Calidez…

Unas manos se posaron sobre mi cabeza.
No quise levantarme ni incorporarme ni enderezarme. Si por fin mi imaginación se volvía mi fiel aliada productora de tibias ilusiones, no quería enterarme tan rápido.
Empezaron a acariciarme y sabían bastante a realidad.
Como pude, levanté los brazos para tocarlas.
La suavidad de la piel que encontré me estremeció hasta las lágrimas. Lloré como niño.
Como niño – adulto.
Lágrimas que curaban mis heridas como mágico cicatrizante.
Seguía con la cabeza a gacha. Tenía miedo.
Recordé la existencia de mis otros sentidos, además del precursor y valiente tacto y la temerosa y escurridiza vista.

Decidí oler. Profundamente, como quien lo hace por primera vez.
Traté de interpretar el aroma, pero no tenía registro.
Antes de caer en recurrente desesperación, me propuse chequear qué sentía en el preciso instante en que respiraba hondo y, otra vez, borbotones de lágrimas me bañaron.
El aroma colmaba de placer todo mi cuerpo que se estremecía casa ininterrumpidamente.

Con el cuerpo purificado y placentera sensación, mis oídos celosos se dignaron escuchar. Creo que hasta mis orejas bailaron al compás de la armonía.

Dulce néctar,
a eso sabía el ambiente.

Bailando, escuché, probé, olí, toqué…
Pero seguía sin ver. Mi cabeza continuaba pendiendo del cuello como un dije corredizo.
¿Levantarla? ¿Para ver qué? ¿Desaparición del sublime momento?
Al sentir que un dejo de malestar quería volver a apropiarse de mí, deseché los cuestionamientos y en formal acto heroico erguí mi cabeza de golpe, con la entereza de un guerrero.
Mis ojos, nublados, aún no podían ver que las lágrimas seguían brotando de ellos; pero ya no importaba ver sino sentir que el miedo se hagía esfumado como vapor del pasado…

Gracias a las lágrimas,
A estas nuevas lágrimas del desvelo por querer vivir eternamente despierto luego de haber dormido tanto.
Nobles gotas como sustancia que nutre sueños,
Esos que siempre tuve y que hoy despiertan y me mecen en tierna cuna.
Y me lamen el alma con dulzura de una mascota…

Levantan mis alas… Seducen mi piel…
Espantan malvados y,
crían este nuevo ser.

No hay comentarios:

Publicar un comentario